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domingo, 18 de enero de 2015

BENAVENTE, Jacinto (1992). El príncipe que todo lo aprendió en los libros, Juventud, Barcelona.


El príncipe que todo lo aprendió en los libros es un ejemplo fugaz, aunque no por ello despreciable, de que la literatura infantil es capaz de atrapar tanto a niños como a jóvenes y adultos gracias a un buen argumento, ligero y cómico, y a la sutileza intertextual que remueve la conciencia del espectador. Benavente recrea en esta obra una doble vertiente, muy quijotesca por cierto, entre la locura provocada por la lectura febril de cuentos de hadas en el Príncipe y la realidad que palpita en derredor suyo.

Sin embargo, los caminos que parecen tomar cada uno de los personajes en la comedia se entrelazan de manera que el receptor se ve involucrado en la sana demencia del protagonista. Aparece, de hecho, el ogro, aunque el preceptor avisa: «Ved que estos ogros a la moderna no son como esos de los cuentos» (Acto ii, Cuadro i, Escena iv), y hace hincapié en los sucesos surrealistas que están aconteciendo: «A mí todo esto me parece un sueño» (Ibid.). La vieja (o el hada para el Príncipe), por su parte, se encuentra acongojada por la inocencia del joven, y da cuenta de su falta de juicio al tiempo que intenta salvarle la vida de los rufianes leñadores de los que ella ha sido cómplice en alguna ocasión.

El imaginario del Príncipe se ve truncado, pues, por una realidad metafórica que engloba el conjunto de esta breve comedia. No obstante, Tonino, cuyas aportaciones verbales producen la mayor parte de las situaciones hilarantes de la obra, también contempla la posibilidad de que el ogro sea real, quizá motivado por el hambre que le impide racionalizar sus pensamientos. En definitiva, es el personaje que sirve de nexo de unión entre la perspectiva atrofiada del Príncipe y el espectador, que espera con incertidumbre por dónde van a ir los tiros de Benavente en esta ocasión.

Por su parte, el preceptor es hombre de ciencias y, a su vez, burda sátira de una sociedad de creciente espíritu empírico que no es capaz de enfrentarse a un posible yerro en una ecuación matemática (las Cartas geográficas del reino publicadas por la Real Academia de Ciencias, en este caso). Es precisamente ese error de cálculo del preceptor el que desencadena la obsesión paranoica del Príncipe por revivir el mundo de hadas del que tanto ha leído. El empleo de una ironía crítica, sin embargo, no se acerca ni de lejos al universo recreado por Valle-Inclán en La cabeza del dragón, dejando patente que Benavente sí tiene como público objetivo a los niños, cuestión que incluso aborda directamente en la última escena de la obra con la pseudo-parábasis final en la que Tonino se dirige directamente al público infante para que ofrezca su favor al poeta (el propio Benavente). Este hecho no solo nos remite directamente a los clásicos greco-latinos, sino que motiva a una relectura en las claves que expresa finalmente el príncipe en su monólogo.

Y es aquí, precisamente, donde se encuentra lo enjundioso de la comedia: el paralelismo entre la realidad y la ficción, entre los personajes metafóricos de los cuentos infantiles y los seres humanos de carne y hueso, entre los libros y la vida real. Pero Benavente no se queda ahí, sino que también hace hincapié en las divergencias entre esas fábulas atemporales y la existencia verídica: no tiene por qué ser la menor de las hijas del rey la mujer ideal, un aprendizaje ocasionado dentro del marco textual de la obra y propiciado por uno de los personajes imprescindibles de la misma: la vieja o hada. Se puede deducir, por tanto, que el autor no solo enseña a sus personajes, sino que intenta transmitir su sabiduría a tantos infantes como alcance la comedia, de manera similar a lo que un buen docente debe realizar con esta obra en el aula.

Las aplicaciones pedagógicas de El príncipe que todo lo aprendió en los libros pueden ser múltiples y adaptable, creo, a todos los niveles de la educación secundaria obligatoria. Por un lado, sería muy interesante acercar a los alumnos más jóvenes a las técnicas de dramatización mediante el empleo de este texto, con el objetivo de dejar patente de que la literatura, y en especial el teatro, es un espectáculo que revive en cada lectura y en cada puesta en escena. Por otro, en cursos más avanzados sería más conveniente trabajar la intertextualidad de la obra, las referencias a la actualidad de su época o reflexionar sobre la intención de Benavente con esta comedia. Pero por encima de todo, debemos proporcionar a nuestros alumnos un ambiente agradable, mediante el cual aprecien el hecho de leer en sí mismo y no como obligación impuesta que, sin lugar a dudas, derrumbará cualquier intento por motivar a un alumnado cada día más alejado de los libros, y de sus enseñanzas.

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