BENAVENTE, Jacinto (1992). El príncipe que todo lo aprendió en los
libros, Juventud, Barcelona.
El príncipe que
todo lo aprendió en los libros es un ejemplo fugaz, aunque no por ello
despreciable, de que la literatura infantil es capaz de atrapar tanto a niños
como a jóvenes y adultos gracias a un buen argumento, ligero y cómico, y a la
sutileza intertextual que remueve la conciencia del espectador. Benavente
recrea en esta obra una doble vertiente, muy quijotesca por cierto, entre la
locura provocada por la lectura febril de cuentos de hadas en el Príncipe y la
realidad que palpita en derredor suyo.
Sin embargo, los caminos que parecen tomar cada uno de
los personajes en la comedia se entrelazan de manera que el receptor se ve
involucrado en la sana demencia del protagonista. Aparece, de hecho, el ogro,
aunque el preceptor avisa: «Ved que
estos ogros a la moderna no son como esos de los cuentos» (Acto ii, Cuadro i, Escena iv), y hace
hincapié en los sucesos surrealistas que están aconteciendo: «A mí todo esto me
parece un sueño» (Ibid.). La vieja (o
el hada para el Príncipe), por su parte, se encuentra acongojada por la
inocencia del joven, y da cuenta de su falta de juicio al tiempo que intenta
salvarle la vida de los rufianes leñadores de los que ella ha sido cómplice en
alguna ocasión.
El imaginario
del Príncipe se ve truncado, pues, por una realidad metafórica que engloba el
conjunto de esta breve comedia. No obstante, Tonino, cuyas aportaciones
verbales producen la mayor parte de las situaciones hilarantes de la obra,
también contempla la posibilidad de que el ogro sea real, quizá motivado por el
hambre que le impide racionalizar sus pensamientos. En definitiva, es el
personaje que sirve de nexo de unión entre la perspectiva atrofiada del
Príncipe y el espectador, que espera con incertidumbre por dónde van a ir los
tiros de Benavente en esta ocasión.
Por su parte, el
preceptor es hombre de ciencias y, a su vez, burda sátira de una sociedad de
creciente espíritu empírico que no es capaz de enfrentarse a un posible yerro
en una ecuación matemática (las Cartas geográficas del reino publicadas por la
Real Academia de Ciencias, en este caso). Es precisamente ese error de cálculo
del preceptor el que desencadena la obsesión paranoica del Príncipe por revivir
el mundo de hadas del que tanto ha leído. El empleo de una ironía crítica, sin
embargo, no se acerca ni de lejos al universo recreado por Valle-Inclán en La cabeza del dragón, dejando patente
que Benavente sí tiene como público objetivo a los niños, cuestión que incluso
aborda directamente en la última escena de la obra con la pseudo-parábasis
final en la que Tonino se dirige directamente al público infante para que
ofrezca su favor al poeta (el propio Benavente). Este hecho no solo nos remite
directamente a los clásicos greco-latinos, sino que motiva a una relectura en
las claves que expresa finalmente el príncipe en su monólogo.
Y es aquí,
precisamente, donde se encuentra lo enjundioso de la comedia: el paralelismo
entre la realidad y la ficción, entre los personajes metafóricos de los cuentos
infantiles y los seres humanos de carne y hueso, entre los libros y la vida
real. Pero Benavente no se queda ahí, sino que también hace hincapié en las divergencias
entre esas fábulas atemporales y la existencia verídica: no tiene por qué ser
la menor de las hijas del rey la mujer ideal, un aprendizaje ocasionado dentro
del marco textual de la obra y propiciado por uno de los personajes
imprescindibles de la misma: la vieja o hada. Se puede deducir, por tanto, que
el autor no solo enseña a sus personajes, sino que intenta transmitir su
sabiduría a tantos infantes como alcance la comedia, de manera similar a lo que
un buen docente debe realizar con esta obra en el aula.
Las aplicaciones
pedagógicas de El príncipe que todo lo
aprendió en los libros pueden ser múltiples y adaptable, creo, a todos los
niveles de la educación secundaria obligatoria. Por un lado, sería muy
interesante acercar a los alumnos más jóvenes a las técnicas de dramatización mediante
el empleo de este texto, con el objetivo de dejar patente de que la literatura,
y en especial el teatro, es un espectáculo que revive en cada lectura y en cada
puesta en escena. Por otro, en cursos más avanzados sería más conveniente trabajar
la intertextualidad de la obra, las referencias a la actualidad de su época o
reflexionar sobre la intención de Benavente con esta comedia. Pero por encima
de todo, debemos proporcionar a nuestros alumnos un ambiente agradable,
mediante el cual aprecien el hecho de leer en sí mismo y no como obligación
impuesta que, sin lugar a dudas, derrumbará cualquier intento por motivar a un
alumnado cada día más alejado de los libros, y de sus enseñanzas.
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