Ana
María Matute es la abuela que todo niño desearía tener, esa sabia mujer de pelo
blanco que calienta el corazón con las palabras, con su mirada verdadera hacia
todas las cosas. Ana María Matute murió hace muy poco y muchos lectores hemos
sentido esta pérdida como propia. Su voz nos llega como una certeza desde las
páginas; sus historias están llenas de ternura y de imaginación. Leer a esta
escritora es aprender a crecer, conocer los mecanismos más sutiles a través de
los cuales se desarrolla la vida. Su literatura está llena de eso, de esa
verdad inagotable.
En
alguna intervención pública, la autora barcelonesa, Premio Cervantes y miembro
de la Real Academia hasta su fallecimiento, insistió en la importancia de que
nos creyéramos sus historias, sus personajes, la vida que ahí había creado,
porque lo había escrito, porque eran verdad, decía. Y es eso, precisamente, lo
que resltaba al inicio de esta reseña: que de sus cuentos, de sus novelas, saltan
a la realidad personajes vivos. Leer a Matute es asomarse a una ventana, dar un
paseo, mirar alrededor.
La
infancia es un tema central en su obra. Y es que ella siempre fue una niña.
“Nunca me he desprendido de la infancia, y eso se paga caro. La inocencia es un
lujo que uno no se puede permitir y del que te quieren despertar a bofetadas”,
explica en una entrevista para el diario El País. Matute, la niña de cabello
blanco, la niña para siempre. Por eso es que la escritora atrapa a tanta gente,
y de tantas edades, y por eso es que sus cuentos se pueden leer desde la madurez
de la edad adulta, desde la inexperiencia de la niñez o desde las turbulencias
de la adolescencia.
Creo
que leer a Matute en la educación secundaria es una experiencia inolvidable.
Por un lado, los alumnos leen literatura de calidad, de una autora de
referencia en nuestro país y en el mundo. Y, por otro, los estudiantes pueden
disfrutar de historias cargadas de imaginación, de mundos nuevos pero a la vez
cercanos, una mezcla entre fantasía y realidad. Esa magia. Ese mundo fabricado,
como ella misma dice: “el mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear
peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque
acaba siendo realidad”
Podríamos
animar a nuestros estudiantes a que lean cualquiera de sus cuentos, incluso su
libro Los niños tontos, obra que se
merece tener en cuenta por diversos motivos y que, más adelante, reseñaremos.
Y, por eso, como toda su obra podría ser perfectamente válida para nuestro fin
(que los alumnos lean y disfruten con la lectura), hemos elegido una de ellas, El polizón de Ulises.
El Polizón de Ulises
es una historia que trata, esencialmente, de un niño que crece, tal y como dice
la narradora al inicio del cuento. Es una historia en donde la infancia, el
vitalismo y la inocencia de esta etapa, tienen mucho peso. Es una historia que
habla de la frescura de la niñez y de la
mirada sin prejuicios en un mundo de adultos, de adultas concretamente, un
mundo femenino.
El
cuento empieza cuando unos gitanos abandonan en la puerta de casa tres
señoritas, las hermanas Etelvina, Leocadia y Manuelita, un cesto con un bebé. Las
tres hermanas acuden, prestas, al alcalde para contarle lo que ha ocurrido. Se
emprende entonces una búsqueda pero resulta infructuosa ya que los presuntos
responsables del bebé no aparecen y es entonces cuando las señoritas deciden
hacerse cargo del pequeño, al que deciden llamar Marco Amado Manuel pero a
quien, finalmente, todo el mundo llama Jujú.
El
niño recibirá una educación distinta por parte de cada una de las mujeres,
todas ellas solteras, ya que cada una tiene una dedicación y sensibilidad
diferente. El niño aprenderá allí, en casa, y crecerá sin amigos, acompañado,
eso sí, de un perro al que llama Contramaestre, de un hermoso gallo, Almirante
Plum, una perdiz, y muchos libros.
Es interesante este
libro, como se ve, porque en el mismo se hace referencia, de forma implícita, a
la importancia de la lectura ya que la historia gira en torno a un niño que ha
leído mucho y que crea su propio universo a través de las historias de aventuras.
Convierte, así, el desván de la casa en un velero, el Ulises, en donde se desarrollan
todas las pericias que el pequeño inventa. Otro amigo se suma a lo largo de la
narración, una yegua, Colorina, que su tía Manu le regala. En un momento de la
historia, el niño se encuentra con un hombre herido, a quien ayudará,
coaccionado, tras haberlo amenazado con matar a su perro. El niño esconderá al
huido en su estancia secreta, a su polizón, y allí irá redactando su Diario de
a bordo, el libro dentro del libro. Juntos entablarán una amistad y planearán,
incluso, una huida. Pero las cosas no sucederán como estaban previstas.
Amigos
imaginarios, estancias secretas, animales humanizados, viajes llenos de
fantasía; como vemos, una historia moderna con tintes clásicos, una narración
que nos lleva a lo mejor de la literatura.
El polizón de Ulises es una historia llena de luz, que
pone de relieve el valor de la solidaridad ya que vemos cómo las señoritas se
hacen cargo del niño, el valor de la amistad con esta relación del huido y el
pequeño, el amor hacia los animales y la relación entre los adultos y el niño,
esa confrontación de mundos, ese desdoblamiento de la realidad.
En
cuanto a la estructura y disposición de los capítulos hay que decir que estos
son breves episodios, en los que se habla de un suceso determinado. Esta
división encabezada con un título (“Así vivía Jujú en el Ulises”, “Jujú recibe
un susto”…) bastante práctico para el
alumno ya que, en todo momento, estará orientado por si abandona la lectura y
la retoma en otro momento.
Siguiendo
con la temática de los niños y el mundo de la infancia, merece la pena
considerar la obra de la misma autora Los
niños tontos. En este caso, se aúna lirismo y crudeza. Los niños tontos
puede ser leída de dos formas: con una mirada adulta o con una mirada infantil.
Se trata de una colección de cuentos muy breves en donde la historia nos habla
de personajes débiles, maltratados por la vida: niños tontos. Este acercamiento
a la infancia desde su lado más terrible, solitario y oscuro, enriquece nuestra
visión acerca de esta etapa y, de igual modo, resulta muy interesante mostrar
estos textos a nuestros estudiantes.
Leer
a Ana María Matute debe ser una tarea obligada. Leer a Matute es como sentarse
cerca de una hoguera y escuchar ese cuento que siempre quisimos que nos
contaran lentamente, una historia llena de vida y de verdad.
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