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miércoles, 28 de enero de 2015

Reseña sobre Memorias de una vaca, de Bernardo Atxaga. Por Fernando Arroyo Botella

Reseña sobre Memorias de una vaca, de Bernardo Atxaga

Bernardo Atxaga es un licenciado en Económicas vasco que, entre todos sus quehaceres, un día decidió dedicarse exclusivamente a la literatura.   
Aparte de haber dado una gran expresividad al euskera como lengua culta, debemos también destacar a Atxaga por su defensa de la autonomía de la literatura, la cual dice ser “vehículo de la humanidad”.[1]
En Memorias de una vaca, la historia gira en torno a Mo, una vaca que vive en Balanzategui y es vendida al convento de una monja francesa que la trata muy bien. Paulina Bernardette (la monja) le cuenta historias y parece entretenerse mucho con ella.
La vaca Mo refleja muy bien los problemas reales de una persona humana pero desde el cuerpo de una vaca. Escucha a menudo la voz de su conciencia a la que decide llamar El pesado por lo tormentosa que es cuando le da por aconsejar. Cuentan las leyendas que esa voz es el Ángel de la Guarda, y que todas las vacas la escuchan constantemente. Pero Mo vive este hecho con mucho desenfado a pesar de que, todo lo que le dice, siempre es cierto. La conciencia siempre tiene la razón, voz interna que enseguida podemos identificar los lectores humanos ya que, todos la tenemos cuando más la necesitamos.
La vaca Mo se hace una amiga, La Vache Qui Rit, que en español es La vaca que ríe. La llamaban la cabezona por las coces que daba pero, un día, gracias a un niño que la llamó La Vache Qui Rit, esta cambió su nombre ya que le parecía mucho más simpático. Es interesante observar el contraste que ofrece este personaje, que debate su personalidad entre su cuerpo de vaca y su actitud salvaje de jabalí. La Vache Qui Rit es agresiva. Siempre que alguien se lo merece no duda en “romper huesos” como ella dice. Y su voz interna no parece la de una vaca, sino más bien la de un jabalí, pues siempre le está pidiendo que dé coces y que se escape al monte para poder correr en libertad.
La amistad que hay entre La Vache Qui Rit y Mo conlleva también cierta competición, pues hay un dicho que afirma que “no hay nada más tonto que una vaca tonta”, y es por ello que, a lo largo de todo el relato, vamos a ir apreciando esa rivalidad entre ambas por querer expresar agudeza y agilidad de pensamiento. Resulta muy divertido la caricatura que hace el escritor del esfuerzo que tiene que hacer la vaca por pensar, que cada vez que reflexiona sobre algún asunto o intenta resolver un caso, cae rendida de cansancio y necesita dormir.
La verdadera trama de la obra aparece cuando Mo, después de un intenso trabajo intelectual que la dejaría hecha polvo, descubre que el El encorvado y Genoveva (matrimonio de cierta nobleza que convivían con las vacas en Balanzategui) suministraban sacos de arroz a los soldados del ejército, y que, para no ser descubiertos por los Hermanos dentudos, lo hacían de la siguiente forma: cuando los hermanos estaban presentes, metían las vacas rojas en un recinto para comer pienso, alertando, de este modo,  a los del monte del peligro que corrían. En cambio, cuando los hermanos no estaban, metían a las vacas negras, dando así la señal de que podían venir a por los respectivos sacos. Este entramado en el que, un día, por error de cálculo, los hermanos se enteran y matan de un disparo a El encorvado, nos acerca a la historia de nuestra guerra civil española.
Más adelante, La Vache Qui Rit y Mo son vendidos a unos jovenes que las llevan a las fiestas de un pueblo donde son maltratadas. Y después, se fugan, y se van al monte donde La Vache Qui Rit encuentra a sus semejantes salvajes: los jabalíes.
Memorias de una vaca es una novela juvenil que nos acerca a unas vivencias vacunas extraordinarias, pero también a la realidad de la historia y de los sentimientos humanos.

                                                  
                                               



[1] http://www.atxaga.org/bernardo-atxaga

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