CAPERUCITA EN MANHATTAN, de Carmen Martín Gaite
Antes de adentrarnos en la genial novela de Carmen Martín Gaite y el
universo que en ella se encierra, podemos decir, a modo de resumen, que la
novela trata sobre Sara, una niña de diez años que vive en Brooklyn. Su mayor
deseo es el de ir sola a Manhattan para llevar a su abuela una tarta de fresa.
La abuela de esta moderna Caperucita ha sido cantante de Music-Hall y
se ha casado varias veces. El lobo es Míster Woolf, un pastelero
multimillonario que vive cerca de Central Park en un rascacielos en forma de
tarta. Pero el hilo mágico de este relato se centra en Miss Lunatic, una
mendiga sin edad que vive de día oculta en la Estatua de la Libertad y sale de
noche para mediar en las desgracias humanas o, si es necesario, llegar a
regalar un elixir capaz de vencer al miedo.
Dicho lo
cual podemos desgranar la obra, para descubrir cuánto de interesante hay dentro
de ella. Hace ya algún tiempo que terminé de pasearme por las calles de este
cuento moderno, al que me acerqué por vez primera con catorce años, y con el
que me he vuelto a encontrar para la realización de esta reseña. Ha sido una
grata experiencia, por la cantidad de imágenes y recuerdos que ha evocado mi
mente. He vuelto a oler la tarta de fresa de la familia Allen, a disfrutar con
el toque de locura de Rebeca Little (alias Gloria Star), a experimentar el
cambio interior del señor Woolf y, lo mejor de todo, a aprender de la sabiduría
de Miss Lunatic, que guarda celosamente.
No hay mucho
que contar de la historia creada magistralmente por Carmen Martín Gaite, sin
que se puedan desvelar pequeños detalles de la magia que envuelve a la
narración. Todos conocemos las aventuras de Caperucita Roja, la
pasión que siente por su abuela y las artimañas de las que se vale el lobo para
que caiga en el engaño.
Pues bien, esta escenografía es
trasladada hasta Nueva York,
donde cada una de las piezas de la fábula son colocadas con ligeras
modificaciones. Así, Sara aparece también como una
pequeña que adora a su abuela, pero que se siente incomprendida cuando está en
casa sin ella. Su madre es la encargada de dar a conocer la famosa tarta sobre
la que girará el argumento de la novela, a pesar de que Sara se muestre un
tanto reacia al postre por la obsesiva repetición de la receta semana tras
semana.
Por otra parte, nos encontramos con
la figura de la abuela, Rebeca Little, con la que el
lector empatiza rápidamente, especialmente cuando descubre la juventud que hay
en su interior, su faceta como cantante con el nombre artístico Gloria Star, y
la nueva relación que mantiene con un cariñoso librero.
Fuera del
ambiente familiar, Manhattan se
muestra en todo su esplendor para presentar a dos personajes esenciales en la
adaptación del cuento. Míster Woolf, cuyo apellido remite
directamente al pérfido animal, se da a conocer estrechamente ligado a un
enorme edificio que alberga su pastelería «El Dulce Lobo», y
cuya apariencia representa una tarta de cumpleaños. Se caracteriza por su
inseguridad, alguien que no ha sabido sacar provecho de su vida más allá de la
preocupación por el buen funcionamiento del negocio; por eso, cuando descubre
los rumores sobre el desafortunado sabor de su pastel de fresa, se adentra en
un bucle obsesivo para zanjar el asunto.
Mientras,
por las calles de la ciudad se descubre ocasionalmente a Miss Lunatic, apodo
con el que siempre ha sido conocida, y en cuyo nombre alberga las
extravagancias que la hacen famosa en la ciudad. «No tenía documentación que
acreditase su existencia real, ni tampoco familia ni residencia conocidas.
Solía ir cantando canciones antiguas, con aire de balada o de nana cuando iba
ensimismada, himnos heroicos cuando necesitaba caminar deprisa» (p. 86). «Había
gente que se reía de ella, pero en general se le tenía respeto, no sólo porque
no hacía daño a nadie, era discreta y se explicaba con propiedad —siempre con
un leve acento francés—, sino porque, a pesar de sus ropas de mendiga, conservaba
en la forma de moverse y de caminar con la cabeza erguida un aire de altivez e
independencia que cerraba el paso tanto al menosprecio como a la compasión.
Siempre se responsabilizaba de sus actos y no parecía verse metida más que en
aquello en lo que quería meterse» (p. 89).
Con las
piezas en el tablero, sólo queda el pistoletazo de salida para que la
maquinaria se ponga en funcionamiento. El comienzo de la aventura llega cuando
la pequeña Sara se escapa de casa para llevarle a su abuela la tarta de fresa
que recibe periódicamente. La grandeza de la ciudad, el vaivén de gente y la
soledad superan los ánimos de esta moderna Caperucita, que pronto es
reconfortada por Miss Lunatic. Ambas
comparten las primeras confidencias en El Dulce Lobo, quedando de esta manera
todos los elementos perfectamente engarzados, a lo que hay que añadir un
encuentro inesperado en Central
Park, representación del famoso bosque de la leyenda. Ahora sólo queda
descubrir si entre los arbustos Sara también tendrá que sentir la presencia de
su eterno enemigo. Mientras tanto, la Estatua de la Libertad asistirá a1 cada paso de los personajes,
reclamando también un protagonismo que le será otorgado.
La historia, a
diferencia de las historias fantásticas que terminan recuperando la realidad y
que tanto disgustaban a Sara, termina dentro del mundo de los sueños: Mister
Woolf acaba bailando con la abuela, de la que fue secreto admirador cuando era
actriz, y Sara utiliza una misteriosa moneda que le ha dado Miss Lunatic para llegar a la estatua de
la Libertad donde intuimos que podrá vivir extraordinarias aventuras.
De esta manera, Caperucita en Manhattan se
presenta como una novela ágil con la que Martín Gaite ofrece su particular
perspectiva del cuento infantil. Un viaje cargado de escenas emotivas, de
momentos entrañables y de recuerdos, en una dulce y sabrosa combinación que
surtirá efecto en la vida de cada uno de los personajes, marcando de nuevo el
camino a seguir. Además, sin duda alguna, el tema de la libertad y el de la
frontera entre la realidad y la fantasía protagonizan esta novela.
Después de todo, los patrones no tienen por
qué repetirse. Y aquí lo comprobamos perfectamente.
Cristina Sales Cruz.
Cristina Sales Cruz.
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