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lunes, 19 de enero de 2015

CAPERUCITA EN MANHATTAN, de Carmen Martín Gaite

CAPERUCITA EN MANHATTAN, de Carmen Martín Gaite


                

Antes de adentrarnos en la genial novela de Carmen Martín Gaite y el universo que en ella se encierra, podemos decir, a modo de resumen, que la novela trata sobre Sara, una niña de diez años que vive en Brooklyn. Su mayor deseo es el de ir sola a Manhattan para llevar a su abuela una tarta de fresa. La abuela de esta moderna Caperucita ha sido cantante de Music-Hall y se ha casado varias veces. El lobo es Míster Woolf, un pastelero multimillonario que vive cerca de Central Park en un rascacielos en forma de tarta. Pero el hilo mágico de este relato se centra en Miss Lunatic, una mendiga sin edad que vive de día oculta en la Estatua de la Libertad y sale de noche para mediar en las desgracias humanas o, si es necesario, llegar a regalar un elixir capaz de vencer al miedo.

Dicho lo cual podemos desgranar la obra, para descubrir cuánto de interesante hay dentro de ella. Hace ya algún tiempo que terminé de pasearme por las calles de este cuento moderno, al que me acerqué por vez primera con catorce años, y con el que me he vuelto a encontrar para la realización de esta reseña. Ha sido una grata experiencia, por la cantidad de imágenes y recuerdos que ha evocado mi mente. He vuelto a oler la tarta de fresa de la familia Allen, a disfrutar con el toque de locura de Rebeca Little (alias Gloria Star), a experimentar el cambio interior del señor Woolf y, lo mejor de todo, a aprender de la sabiduría de Miss Lunatic, que guarda celosamente.

No hay mucho que contar de la historia creada magistralmente por Carmen Martín Gaite, sin que se puedan desvelar pequeños detalles de la magia que envuelve a la narración. Todos conocemos las aventuras de Caperucita Roja, la pasión que siente por su abuela y las artimañas de las que se vale el lobo para que caiga en el engaño.
Pues bien, esta escenografía es trasladada hasta Nueva York, donde cada una de las piezas de la fábula son colocadas con ligeras modificaciones. Así, Sara aparece también como una pequeña que adora a su abuela, pero que se siente incomprendida cuando está en casa sin ella. Su madre es la encargada de dar a conocer la famosa tarta sobre la que girará el argumento de la novela, a pesar de que Sara se muestre un tanto reacia al postre por la obsesiva repetición de la receta semana tras semana.
Por otra parte, nos encontramos con la figura de la abuela, Rebeca Little, con la que el lector empatiza rápidamente, especialmente cuando descubre la juventud que hay en su interior, su faceta como cantante con el nombre artístico Gloria Star, y la nueva relación que mantiene con un cariñoso librero.

Fuera del ambiente familiar, Manhattan se muestra en todo su esplendor para presentar a dos personajes esenciales en la adaptación del cuento. Míster Woolf, cuyo apellido remite directamente al pérfido animal, se da a conocer estrechamente ligado a un enorme edificio que alberga su pastelería «El Dulce Lobo», y cuya apariencia representa una tarta de cumpleaños. Se caracteriza por su inseguridad, alguien que no ha sabido sacar provecho de su vida más allá de la preocupación por el buen funcionamiento del negocio; por eso, cuando descubre los rumores sobre el desafortunado sabor de su pastel de fresa, se adentra en un bucle obsesivo para zanjar el asunto.
Mientras, por las calles de la ciudad se descubre ocasionalmente a Miss Lunatic, apodo con el que siempre ha sido conocida, y en cuyo nombre alberga las extravagancias que la hacen famosa en la ciudad. «No tenía documentación que acreditase su existencia real, ni tampoco familia ni residencia conocidas. Solía ir cantando canciones antiguas, con aire de balada o de nana cuando iba ensimismada, himnos heroicos cuando necesitaba caminar deprisa» (p. 86). «Había gente que se reía de ella, pero en general se le tenía respeto, no sólo porque no hacía daño a nadie, era discreta y se explicaba con propiedad —siempre con un leve acento francés—, sino porque, a pesar de sus ropas de mendiga, conservaba en la forma de moverse y de caminar con la cabeza erguida un aire de altivez e independencia que cerraba el paso tanto al menosprecio como a la compasión. Siempre se responsabilizaba de sus actos y no parecía verse metida más que en aquello en lo que quería meterse» (p. 89).

Con las piezas en el tablero, sólo queda el pistoletazo de salida para que la maquinaria se ponga en funcionamiento. El comienzo de la aventura llega cuando la pequeña Sara se escapa de casa para llevarle a su abuela la tarta de fresa que recibe periódicamente. La grandeza de la ciudad, el vaivén de gente y la soledad superan los ánimos de esta moderna Caperucita, que pronto es reconfortada por Miss Lunatic. Ambas comparten las primeras confidencias en El Dulce Lobo, quedando de esta manera todos los elementos perfectamente engarzados, a lo que hay que añadir un encuentro inesperado en Central Park, representación del famoso bosque de la leyenda. Ahora sólo queda descubrir si entre los arbustos Sara también tendrá que sentir la presencia de su eterno enemigo. Mientras tanto, la Estatua de la Libertad asistirá a1 cada paso de los personajes, reclamando también un protagonismo que le será otorgado.
La historia, a diferencia de las historias fantásticas que terminan recuperando la realidad y que tanto disgustaban a Sara, termina dentro del mundo de los sueños: Mister Woolf acaba bailando con la abuela, de la que fue secreto admirador cuando era actriz, y Sara utiliza una misteriosa moneda que le ha dado Miss Lunatic para llegar a la estatua de la Libertad donde intuimos que podrá vivir extraordinarias aventuras.

De esta manera, Caperucita en Manhattan se presenta como una novela ágil con la que Martín Gaite ofrece su particular perspectiva del cuento infantil. Un viaje cargado de escenas emotivas, de momentos entrañables y de recuerdos, en una dulce y sabrosa combinación que surtirá efecto en la vida de cada uno de los personajes, marcando de nuevo el camino a seguir. Además, sin duda alguna, el tema de la libertad y el de la frontera entre la realidad y la fantasía protagonizan esta novela.
 Después de todo, los patrones no tienen por qué repetirse. Y aquí lo comprobamos perfectamente.

Cristina Sales Cruz.


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