Pero ¿a qué llaman vivir?
Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las
cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras […] Vivir es
saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y
llorar…y vivir es reírse…
Así define Sara
Allen, el personaje que da vida a la novela de Carmen Martín Gaite, su
particular visión de la vida, un camino libre, autónomo e independiente del que
no debemos pasar desapercibidos, indudablemente, como punto de inflexión de la
original versión de Caperucita Roja de la mano de Charles Ferrault. Carmen Martín Gaite nos ofrece aquí un juego de metáforas e intertextualidad cuya
trama se sitúa en la ciudad de Nueva York. Sara forma parte de una sencilla
familia que vive en el barrio de Brooklyn; esta, acompañada de su madre, visita
con frecuencia a su abuela para llevarle una tarta de fresas, aunque lo que
realmente quiere es salir sin la compañía de su madre para enfrentarse al
bosque urbano que representa la isla de Manhattam. El comienzo de la aventura llega cuando la niña, que apenas tiene diez
años, se escapa de casa para llevarle a su abuela la famosa tarta de fresa y
enfrentarse, por fin, a la grandeza de la ciudad. Sin embargo, el vaivén de
gente, la desorientación y la soledad superan los ánimos de Sara, quien pronto
se verá socorrida por Miss Lunatic, una vieja mendiga que servirá como eje
conductor de la protagonista en su viaje hacia el bosque neoyorquino. Miss
Lunatic alienta el espíritu libre e independiente de la protagonista,
resultando ser esta la propia estatua
de la Libertad.
Por antonomasia,
el lobo es Mr. Woolf, un pastelero codicioso y multimillonario que quiere
mejorar la receta de sus tartas. Tras su encuentro con la niña, este pretende
engañarla para apoderarse de la receta de la famosa tarta de fresas, llevándola
en limusina hasta casa de su abuela de forma que llegase él antes que la propia
Sara. Sin embargo, la historia coge un rumbo alternativo a las expectativas del
lector: Mr. Woolf resulta ser admirador de la abuela de Sara, que fue actriz
cuando era joven, y al llegar esta a la casa encuentra bailando a los dos
personajes. El final queda abierto a la imaginación del lector: Sara, en
posesión de una misteriosa moneda que le regala Miss Lunatic, se dirige a la
estatua de la Libertad dispuesta a comenzar sus aventuras. Aunque es aquí, sin
duda, donde dan comienzo los episodios de nuestra Caperucita.
La figura de la
estatua de la Libertad, la personalidad de la que hace alarde la protagonista,
rechazando la rutina y la sumisión frente a su madre, la historia de la abuela
y el personaje de Miss Lunatic, que alienta los ánimos de Sara para enfrentar
la ciudad, constituyen un juego metafórico que ha de desentrañar el propio
lector. Cabe señalar, en este punto, que la relación antagonista subordinación-revelación, reflejada en las mujeres de la obra, bien puede aplicarse a la época en la que ambas obras fueron escritas: la Caperucita de Perrault (1697) responde al
estricto régimen social en el que se hallaba inmersa la Europa del siglo XVII,
frente a la democracia emergente reflejada en la Carmen Martín Gaite más
contemporánea.
Dista, en gran
medida, de ser este el único juego literario del que se vale la autora para
presentar su obra: aparecen, aquí, numerosas metáforas (el lobo como símbolo de
codicia, la ciudad como espacio de peligros o el viaje de Sara como proceso de
crecimiento y madurez), antítesis (la figura de la madre frente a la abuela y a
Miss Lunatic) y alusiones intertextuales, no solo al cuento de Ferrault, sino a
otras obras que le sirven a la protagonista como referencia (Alicia en el
País de las maravillas, Robinson Crusoe o Caperucita Roja). Existe,
además, un guiño a la animación por la lectura en la propia protagonista; esta
se inicia en los libros de forma muy temprana, le gusta inventarse palabras
nuevas e incluso el novio de su abuela, Aurelio Roncali, es otra fuente de
motivación para ella dada su profesión de librero.
La evidente
intertextualidad que existe entre Caperucita en Manhattam y el cuento
original de Charles Perrault, posteriormente retomado por los hermanos Grimm y
su transgresora vuelta de tuerca a la historia, no solo es actualizada de
acuerdo a los parámetros estéticos, temáticos y estilísticos de los que dejan
constancia la literatura contemporánea de Martín Gaite; esta versión actualiza,
además, los arquetípicos personajes que aparecen en ella y su correspondiente
papel en la trama: como se ha mencionado anteriormente, prima la libertad
frente a la sumisión, la independencia frente a la obediencia, la
autorrealización frente a la subversión y el valor frente al miedo. Reivindica,
así, la autora el papel de una protagonista capaz de afrontar el mundo, desde
su condición de mujer, y dispuesta a enfrentar ese bosque urbano,
relegando a un segundo plano a una Caperucita sometida a los parámetros de la
obediencia y la sumisión. Cabe preguntarnos, de acuerdo a esto, si nuestros
alumnos serán capaces de sopesar los límites entre la desobediencia y la
libertad de la misma forma que nos propone la autora, algo que no servirá, de
un modo u otro, para hacer a estos reflexionar.
Dado el rechazo que
sienten los alumnos-lectores por la fantasía literaria, la cual vinculan
intrínsecamente con la literatura infantil de la que ya se sienten despegados,
es necesario introducir la obra –que podría estar destinada para cualquier
grupo de la ESO–, de forma que estos puedan disfrutarla sin que sientan que
están limitando su competencia lectora. Con ello, debemos ofrecer un nuevo
punto de vista en el que hagamos saber al alumno que la Caperucita de Martín
Gaite va más allá de la que cree conocer: esta ya no es un personaje
superficial que ofrece una sencilla moraleja; aquí, Sara lleva implícito un
trasfondo social y moral que reivindica la autora a través del controvertido
papel de sus personajes. Desde el momento en el que al alumno se le presenta un
reto que debe desentrañar para llegar al verdadero sentido transgresor de la
novela, se activa su competencia lecto-literaria y este deja de creer que está
ante una novela infantil que no merece atención alguna. Y es aquí donde entra
en juego su propia motivación personal.
Aprovechando la
intertextualidad que ofrece la obra ya desde el título que la presenta, se
puede trabajar el intertexto de los alumnos en el aula a través de cuestiones
guiadas. Así, valiéndonos de la competencia lecto-literaria de la que estos
disponen, las actividades de prelectura estarán destinadas a la posible
relación que establezcan ambas historias y las expectativas de las que partan
antes de su lectura, valorando, más tarde, si esta ha respondido o no a lo que
se esperaban con respecto al título original. Tras la lectura, se puede
proponer que establezcan el paralelismo existente entre los personajes
arquetípicos (la abuela, la niña, el lobo o el bosque/ciudad) y la acción (el
encuentro entre Caperucita y el lobo, la codicia de Mr. Woolf o el viaje a
Manhattam a casa de su abuela para llevarle una tarta), así como la valoración
–positiva o negativa– del comportamiento de la protagonista. Es interesante,
por otra parte, que desentrañen, a través del debate, el papel que asume en la
novela la figura de la estatua de la Libertad: el alumno-lector ha de
comprender la relación metafórica que existe entre la famosa estatua con
respecto a la característica personalidad de Sara y cómo funciona aquella de
eje conductor.
De la misma
forma que las preguntas guiadas llevan al lector a descifrar el engranaje moral
en la obra de la salmantina, hemos de advertir que la moraleja no es, por ende,
la misma en ambos casos. En la Caperucita de Ferrault se advierte al
lector infantil de las consecuencias de la desobediencia; sin embargo, Carmen
Martín Gaite ofrece aquí una alternativa a su lector –ya no tan infantil– con
el trasfondo de la obra: las ganas de crecer, el anhelo de ver mundo, las
ansias de independencia y el valor del que hace alarde la protagonista de la
historia que, finalmente, acude a la estatua de la Libertad para ver los
secretos que esta oculta.
El final abierto
de Martín Gaite nos ofrece, además, otras propuestas para trabajar en clase.
Aprovechando que la historia aún no se da por acabada, podemos proponer a los
alumnos que creen por sí mismos un final alternativo, más o menos semejante a
la fábula original, de forma que el desenlace ofrezca una moraleja definitiva a
su lector concebida por el propio alumno. Este tipo de actividades, junto con
el eje temático de la lectura, no solo potencian el intertexto del alumno que
lee la obra esperando encontrarse una fábula que ya conoce, sino que rompe sus
expectativas y ofrece una visión paralela que nunca antes habían barajado: una
Caperucita independiente y valerosa que ayuda al lobo a encontrarse a sí mismo.
Además, si bien la lectura es abierta, el alumno tendrá que hacer uso de su
imaginación potenciando, así, sus competencias creativas, artísticas y
literarias, creando un todo que contribuirá a la formación de la
competencia lecto-literaria del joven lector.
Tan avenida la
obra a la explotación didáctica, Carmen Martín Gaite hace aquí un juego de
metáforas internas y guiños intertextuales de los que el lector puede disponer
en función de sus competencias y su valoración final. Esto no es sino un puente
que se ofrece como vía entre lector y lectura, en el que este tiene licencia
para dar rienda suelta a la imaginación, dejando constancia de su capacidad
para una inventiva digna de tan controvertida fábula. El final abierto, las
constantes referencias literarias, los personajes arquetípicos, lo metafórico, tan real como ficticio, y la reivindicación social que lleva por bandera el
nombre de la autora, conforman el transgresor eje de la obra, convirtiéndola,
así, en una novela viva y dinámica prestada a los vaivenes interpretativos de
su lector-receptor.
MARTÍN GAITE, Carmen (1925-2000), Caperucita en Manhattam, Ediciones Siruela S. A., Ed. especial XV aniversario, 2005.
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