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sábado, 10 de enero de 2015

Intertextualidad y didáctica en Caperucita en Manhattam, Carmen Martín Gaite (Mª Ángeles Mellado Parreño)



Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras […] Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar…y vivir es reírse…





Así define Sara Allen, el personaje que da vida a la novela de Carmen Martín Gaite, su particular visión de la vida, un camino libre, autónomo e independiente del que no debemos pasar desapercibidos, indudablemente, como punto de inflexión de la original versión de Caperucita Roja de la mano de Charles Ferrault. Carmen Martín Gaite nos ofrece aquí un juego de metáforas e intertextualidad cuya trama se sitúa en la ciudad de Nueva York. Sara forma parte de una sencilla familia que vive en el barrio de Brooklyn; esta, acompañada de su madre, visita con frecuencia a su abuela para llevarle una tarta de fresas, aunque lo que realmente quiere es salir sin la compañía de su madre para enfrentarse al bosque urbano que representa la isla de Manhattam. El comienzo de la aventura llega cuando la niña, que apenas tiene diez años, se escapa de casa para llevarle a su abuela la famosa tarta de fresa y enfrentarse, por fin, a la grandeza de la ciudad. Sin embargo, el vaivén de gente, la desorientación y la soledad superan los ánimos de Sara, quien pronto se verá socorrida por Miss Lunatic, una vieja mendiga que servirá como eje conductor de la protagonista en su viaje hacia el bosque neoyorquino. Miss Lunatic alienta el espíritu libre e independiente de la protagonista, resultando ser esta la propia estatua de la Libertad.

Por antonomasia, el lobo es Mr. Woolf, un pastelero codicioso y multimillonario que quiere mejorar la receta de sus tartas. Tras su encuentro con la niña, este pretende engañarla para apoderarse de la receta de la famosa tarta de fresas, llevándola en limusina hasta casa de su abuela de forma que llegase él antes que la propia Sara. Sin embargo, la historia coge un rumbo alternativo a las expectativas del lector: Mr. Woolf resulta ser admirador de la abuela de Sara, que fue actriz cuando era joven, y al llegar esta a la casa encuentra bailando a los dos personajes. El final queda abierto a la imaginación del lector: Sara, en posesión de una misteriosa moneda que le regala Miss Lunatic, se dirige a la estatua de la Libertad dispuesta a comenzar sus aventuras. Aunque es aquí, sin duda, donde dan comienzo los episodios de nuestra Caperucita.

La figura de la estatua de la Libertad, la personalidad de la que hace alarde la protagonista, rechazando la rutina y la sumisión frente a su madre, la historia de la abuela y el personaje de Miss Lunatic, que alienta los ánimos de Sara para enfrentar la ciudad, constituyen un juego metafórico que ha de desentrañar el propio lector. Cabe señalar, en este punto, que la relación antagonista subordinación-revelación, reflejada en las mujeres de la obra,  bien puede aplicarse a la época en la que ambas obras fueron escritas: la Caperucita de Perrault (1697) responde al estricto régimen social en el que se hallaba inmersa la Europa del siglo XVII, frente a la democracia emergente reflejada en la Carmen Martín Gaite más contemporánea.

Dista, en gran medida, de ser este el único juego literario del que se vale la autora para presentar su obra: aparecen, aquí, numerosas metáforas (el lobo como símbolo de codicia, la ciudad como espacio de peligros o el viaje de Sara como proceso de crecimiento y madurez), antítesis (la figura de la madre frente a la abuela y a Miss Lunatic) y alusiones intertextuales, no solo al cuento de Ferrault, sino a otras obras que le sirven a la protagonista como referencia (Alicia en el País de las maravillas, Robinson Crusoe o Caperucita Roja). Existe, además, un guiño a la animación por la lectura en la propia protagonista; esta se inicia en los libros de forma muy temprana, le gusta inventarse palabras nuevas e incluso el novio de su abuela, Aurelio Roncali, es otra fuente de motivación para ella dada su profesión de librero.

La evidente intertextualidad que existe entre Caperucita en Manhattam y el cuento original de Charles Perrault, posteriormente retomado por los hermanos Grimm y su transgresora vuelta de tuerca a la historia, no solo es actualizada de acuerdo a los parámetros estéticos, temáticos y estilísticos de los que dejan constancia la literatura contemporánea de Martín Gaite; esta versión actualiza, además, los arquetípicos personajes que aparecen en ella y su correspondiente papel en la trama: como se ha mencionado anteriormente, prima la libertad frente a la sumisión, la independencia frente a la obediencia, la autorrealización frente a la subversión y el valor frente al miedo. Reivindica, así, la autora el papel de una protagonista capaz de afrontar el mundo, desde su condición de mujer, y dispuesta a enfrentar ese bosque urbano, relegando a un segundo plano a una Caperucita sometida a los parámetros de la obediencia y la sumisión. Cabe preguntarnos, de acuerdo a esto, si nuestros alumnos serán capaces de sopesar los límites entre la desobediencia y la libertad de la misma forma que nos propone la autora, algo que no servirá, de un modo u otro, para hacer a estos reflexionar.




Dado el rechazo que sienten los alumnos-lectores por la fantasía literaria, la cual vinculan intrínsecamente con la literatura infantil de la que ya se sienten despegados, es necesario introducir la obra –que podría estar destinada para cualquier grupo de la ESO–, de forma que estos puedan disfrutarla sin que sientan que están limitando su competencia lectora. Con ello, debemos ofrecer un nuevo punto de vista en el que hagamos saber al alumno que la Caperucita de Martín Gaite va más allá de la que cree conocer: esta ya no es un personaje superficial que ofrece una sencilla moraleja; aquí, Sara lleva implícito un trasfondo social y moral que reivindica la autora a través del controvertido papel de sus personajes. Desde el momento en el que al alumno se le presenta un reto que debe desentrañar para llegar al verdadero sentido transgresor de la novela, se activa su competencia lecto-literaria y este deja de creer que está ante una novela infantil que no merece atención alguna. Y es aquí donde entra en juego su propia motivación personal.

Aprovechando la intertextualidad que ofrece la obra ya desde el título que la presenta, se puede trabajar el intertexto de los alumnos en el aula a través de cuestiones guiadas. Así, valiéndonos de la competencia lecto-literaria de la que estos disponen, las actividades de prelectura estarán destinadas a la posible relación que establezcan ambas historias y las expectativas de las que partan antes de su lectura, valorando, más tarde, si esta ha respondido o no a lo que se esperaban con respecto al título original. Tras la lectura, se puede proponer que establezcan el paralelismo existente entre los personajes arquetípicos (la abuela, la niña, el lobo o el bosque/ciudad) y la acción (el encuentro entre Caperucita y el lobo, la codicia de Mr. Woolf o el viaje a Manhattam a casa de su abuela para llevarle una tarta), así como la valoración –positiva o negativa– del comportamiento de la protagonista. Es interesante, por otra parte, que desentrañen, a través del debate, el papel que asume en la novela la figura de la estatua de la Libertad: el alumno-lector ha de comprender la relación metafórica que existe entre la famosa estatua con respecto a la característica personalidad de Sara y cómo funciona aquella de eje conductor.

De la misma forma que las preguntas guiadas llevan al lector a descifrar el engranaje moral en la obra de la salmantina, hemos de advertir que la moraleja no es, por ende, la misma en ambos casos. En la Caperucita de Ferrault se advierte al lector infantil de las consecuencias de la desobediencia; sin embargo, Carmen Martín Gaite ofrece aquí una alternativa a su lector –ya no tan infantil– con el trasfondo de la obra: las ganas de crecer, el anhelo de ver mundo, las ansias de independencia y el valor del que hace alarde la protagonista de la historia que, finalmente, acude a la estatua de la Libertad para ver los secretos que esta oculta.

El final abierto de Martín Gaite nos ofrece, además, otras propuestas para trabajar en clase. Aprovechando que la historia aún no se da por acabada, podemos proponer a los alumnos que creen por sí mismos un final alternativo, más o menos semejante a la fábula original, de forma que el desenlace ofrezca una moraleja definitiva a su lector concebida por el propio alumno. Este tipo de actividades, junto con el eje temático de la lectura, no solo potencian el intertexto del alumno que lee la obra esperando encontrarse una fábula que ya conoce, sino que rompe sus expectativas y ofrece una visión paralela que nunca antes habían barajado: una Caperucita independiente y valerosa que ayuda al lobo a encontrarse a sí mismo. Además, si bien la lectura es abierta, el alumno tendrá que hacer uso de su imaginación potenciando, así, sus competencias creativas, artísticas y literarias, creando un todo que contribuirá a la formación de la competencia lecto-literaria del joven lector.

Tan avenida la obra a la explotación didáctica, Carmen Martín Gaite hace aquí un juego de metáforas internas y guiños intertextuales de los que el lector puede disponer en función de sus competencias y su valoración final. Esto no es sino un puente que se ofrece como vía entre lector y lectura, en el que este tiene licencia para dar rienda suelta a la imaginación, dejando constancia de su capacidad para una inventiva digna de tan controvertida fábula. El final abierto, las constantes referencias literarias, los personajes arquetípicos, lo metafórico, tan real como ficticio, y la reivindicación social que lleva por bandera el nombre de la autora, conforman el transgresor eje de la obra, convirtiéndola, así, en una novela viva y dinámica prestada a los vaivenes interpretativos de su lector-receptor.  


MARTÍN GAITE, Carmen (1925-2000), Caperucita en Manhattam, Ediciones Siruela S. A., Ed. especial XV aniversario, 2005.

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