«Lo propio de
un escritor es contar claro, seguido y bien. Contar la totalidad humana, que él
por su parte tiene la obligación de alimentar con nuevas miradas. Y si hay algo
que esté claro en esta dieta es que la persona precisa en primer lugar, como
quien bebe agua, beber sueños.»
Álvaro Cunqueiro, 1963
Estas palabras
del escritor gallego son las que toma como referente Agustín Fernández Paz (Vilalba, 1947) en su literatura, una
reivindicación reiterada de su lucha constante por conseguir el estatus digno
que merece la relegada literatura infantil y juvenil. Cunqueiro sentará las
bases de la filosofía por la que aboga Fernández Paz en su literatura,
destinada a un público joven que bebe de sus historias fantásticas para seguir
dando rienda suelta a la imaginación, la curiosidad y el interés por la intriga
y el misterio que estos nunca han de perder. Y esto es, sin duda, bien
conseguido por el gallego, que mantiene la expectación de su lector-espectador
hasta atraparlo en el recreado ambiente literario.
Agustín Fernández Paz es uno de los escritores más conocidos y valorados en
el ámbito de la literatura infantil y juvenil, en Galicia y en el resto de
España. Autor de más de cuarenta y cinco títulos dirigidos preferentemente a
lectores infantiles o juveniles, los libros de Fernández Paz han
obtenido numerosos premios, tanto de ámbito gallego como español, siendo
reconocido dos veces como el mejor autor del año y obsequiado en tres ocasiones
con el premio al mejor libro infantil del año, que concede la Asociación de
Escritores en Lingua Galega.
En Cartas de invierno, publicada en 1995 –año
en el que además recibió el Premio Rañolas de LIJ– el autor recurre tanto a
elementos de la novela de terror como de la cultura gallega, una trama cuyo eje
narrativo es una casa que atemoriza a su recién estrenado inquilino, Adrián
Nova. Este es convencido por su amigo, el escritor Xavier Louzao, para
comprarla. Xavier vuelve a Galicia, tras una larga estancia en Quebec, y se
encuentra con las cartas que, durante su ausencia, le fue enviando Adrián. Al
principio, en ellas solo se narraban cómo había ido progresando la reforma que
Adrián estaba llevando a cabo en su nueva casa, pero conforme pasaba el tiempo
estas iban adquiriendo tintes lúgubres en los que se manifestaba la progresiva
inquietud del inquilino: llamadas telefónicas con ruidos ininteligibles, mensajes
a través de un fax desconectado, sonidos extraños, libros con ilustraciones que
cambian. Ante el desasosiego alarmante de su amigo, Xavier decide acudir en
ayuda de Adrián y viaja hasta el lugar donde se encuentra la casa.
Teresa, hermana de
Xavier, se entera de todo lo ocurrido gracias a la correspondencia que recibe
por parte de su hermano donde la pone al corriente de la situación en la que
ambos se encontraban. Sin embargo, cuando esta ya no puede esperar más al no
recibir más noticias de su hermano y se dirige allí dispuesta a socorrerlos, la
casa ya ardía en llamas: Xavier había decidido prenderle fuego pues era la
única manera de acabar con todo aquello. Y así lo hizo Teresa con el libro de
grabados del que ambos personajes hablaban en las cartas: sólo al quemar el
libro podría conseguir que, al menos, Adrián y Xavier descansaran en paz.
La intensidad y el misterio que consigue aquí el autor
en cada página de la novela mantienen expectante al alumno-lector: la bien
estructurada trama, las sucesivas voces narradoras que se superponen unas sobre
las otras, los tintes de novela de terror y la tensión de la acción contribuyen
a recrear un ambiente que involucra al lector, quien se siente partícipe y
testigo de todo lo que acontece a los personajes. Un género tan marcado y
característico como el de terror, que se sale en términos generales de las
lecturas habituales en el aula cuyos ejes temáticos responden a otra índole,
consiguen captar no tanto la atención del alumno receptor –que ya la tiene el
autor desde el inicio– como el interés de continuar leyendo; y no hay actividad
de animación lectora más exitosa que la de enganchar a nuestro joven lector sin
más ánimo que el de leer por cuenta propia.
Por otra parte, el género epistolar en el que está
narrado Cartas de invierno ofrece otras opciones novedosas para
trabajar en clase. Si bien los alumnos están más acostumbrados, generalmente, a
hacer lecturas narrativas –teniendo en cuenta que el carteo está de capa
caída dada la acogida de las nuevas TIC´s en el aula–, el género epistolar es
una buena alternativa como innovación lectora. Este aspecto se puede
aprovechar, por tanto, en las actividades que se realicen tras la lectura de la
novela, en las que sean ellos mismos quienes escriban y creen siguiendo el
género epistolar de la trama; incluso se puede proponer que se carteen entre
compañeros e inventen, entre todos, una historia de suspense siguiendo la
dinámica de Cartas de invierno, de forma que cada alumno escriba una
carta adscrita a la carta de su compañero anterior.
Trabajar con el
género epistolar con alumnos lectores de la etapa de la ESO nos da la oportunidad,
además, de transmitir a estos el valor de la lengua y la escritura como
vehículo transmisor de mensajes. Es más, escasean en la novela las intervenciones
irrelevantes y las descripciones, primando la acción y los sucesos que
acontecen a los personajes y que nos van relatando las cartas de Adrián y Xavier, así el lector receptor debe descodificar el
contenido de estos mensajes y recrear, partiendo de su imaginación, la escena y
el espacio. Y esto no da sino más realismo a nuestra historia. Queda, además,
un final abierto en el que se da por zanjada la situación de los personajes,
aunque no se resuelve el conflicto; quizá una interesante actividad con los
lectores sea que estos tomen las riendas de la trama y sean ellos mismos
quienes tengan que resolver la situación, averiguando qué les ha ocurrido a los
personajes dentro de la enigmática casa.
El misterio,
género de indiscutible atractivo para el lectorado juvenil, la importancia de
la familia y la amistad o el papel de la escritura y la lengua como transmisoras
de mensajes son solo algunos de los valores que Agustín Fernández Paz refleja
en sus Cartas de invierno; así, aprovechando el gancho de este tipo de
novelas, se sirve el autor para envolver al receptor juvenil, recreando la
tensión y la incertidumbre propias de las novelas de terror en las que acaban sumergiéndose
los lectores, expectantes hasta el final de la obra. No olvidemos que nuestra
labor es captar el interés explotando las capacidades tanto de la obra como de
los alumnos, aunque la voluntariedad y disposición corre a cuenta de estos: la
propia iniciativa personal es la verdadera motivación que debe tener un buen
lector.
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